Un día hablando con un buen amigo, le conté un proyecto en el que me había embarcado mientras disfrutábamos de una suculenta cena en el casco antiguo de Barcelona.
Nuestras profesiones no tienen nada que ver. Absolutamente nada. Entonces, cuando acabé de contarle todo, se quedó pensando, casi sin saber qué decir; se quedó en lo más superficial (por puro desconocimiento) y me soltó una frase que marcaría para siempre.
Me venía a decir que hiciera lo que hiciera, diese lo mejor de mí. Que nadie me podría asegurar el éxito, pero que si este salía mal, podría vivir con la conciencia tranquila.
Cada vez que analizo cualquier proyecto, me doy cuenta de que las cosas, por lo general, suelen ser más sencillas de lo que nos parecen. Los que hacemos que se conviertan en algo más complejo somos nosotros, las personas.
En 1995 empecé a estudiar en el Conservatorio Profesional de Música de Huelva. Iba para pianista por las manos tan grandes que tengo desde pequeño, pero como no había muchas plazas, acabé matriculado en violín.
Me las veía muy felices en un ambiente que desde el primer día hice mío. Sentía (y siento) verdadera pasión por la música, las clases eran en un edificio antiquísimo de estilo barroco con mucho encanto, las profesoras lo daban todo y había hecho nuevos amigos más allá de familiares, compañeros de clase y vecinos.
El solfeo lo cogí enseguida, lo mismo me daba encontrarme en el pentagrama con tres corcheas que con siete negras. Que estuviera la partitura en clave de fa o en clave de do.
Las sesiones de instrumento, las de armonía y los ensayos con la orquesta los disfrutaba al máximo. Tocar con arco o con pizzicato (cuerda pulsada), alegro o adagio, lo que me echaran.
Pero en cuanto llegaban las clases de lenguaje musical, me temblaba hasta el apellido. Cuatro grupos diferentes mezclados en un aula gigante con unos 40 estudiantes en total, donde teníamos que entonar separados por el tipo de voz de cada uno: los sopranos, los contraltos, los tenores y los barítonos.
Mi pubertad tardía hizo que mi no me cambiase la voz hasta los 14. Por tanto, formaba parte del grupo de los sopranos donde solo había chicas. Motivo más que suficiente para que los que consideraba mis compañeros en otras clases, se cebaran conmigo, me insultaran y me hicieran sentir como una mierda.
Esto solo pasaba en esas clases. El resto del tiempo eran muy amigos, era gente a la que apreciaba, con la que me lo pasaba bien, con la que quería desarrollarme como músico principiante.
En un momento dado, saqué fuerzas de no sé dónde y les pregunté que por qué lo hacían, explicándoles que esas burlas me hacían sentir acomplejado, inseguro y cohibido.
Ellos se disculparon por su actitud y me prometieron que no volvería a ocurrir. Que ya que estábamos, no debía darle más importancia porque era una persona muy válida, íntegra, currante y que lo daba todo por ellos.
Ese “estamos contigo a muerte” duró lo mismo que la risa de un loco. En la siguiente ocasión que se presentó, volvieron a actuar igual. Otra decepción más que sumó enteros a ese proceso de desgaste.
A los problemas, soluciones
A veces en el trabajo no nos detenemos a analizar el qué, el cómo, el dónde o los porqué de determinadas decisiones que nos afectan.
Por defecto muestro una actitud muy positiva, me gusta ser proactivo, hacer las cosas con dosis extra de alegría y me abro a recibir todo tipo de comentarios para sacar la mejor versión de mí mismo. También tengo la habilidad de encontrar motivación en cualquier situación o con cualquier gesto, por pequeño que sea.
Ese exceso de optimismo y de positivismo me ha impedido muchas veces adelantarme a situaciones adversas dentro de una compañía. Como nadie nos enseña, no sé si ha sido por ser incapaz de verlas o porque no las he querido ver.
El caso es que he generado mis propias herramientas para saber cómo gestionar esas situaciones que te hagan plantearte si estás en el lugar correcto o no.
Validar los sentimientos. Es lícito tener momentos malos, aunque muchas veces nos lo impedimos a nosotros mismos. Reconocer que hay (y habrá) situaciones y decisiones que nos van a afectar en negativo, nos prepara para gestionarlas mejor. Como diría aquel, “hay que ser optimista pero no tanto”.
Comunicar de manera efectiva. Tenemos que expresar nuestras preocupaciones y decepciones de manera constructiva con quien quiera que sea nuestro supervisor, responsable o con el equipo de recursos humanos. Y también con nuestros compañeros. Esta comunicación efectiva ayuda a alinear las expectativas y las de la empresa.
Reevaluar las expectativas. Evolucionamos como personas y como profesionales, algo que hace que nuestras expectativas puedan cambiar. Nos han enseñado a ser ambiciosos y aspirar a lograr lo máximo, pero si las expectativas no están alineadas con la realidad, van a ser un foco de frustración y desmotivación constante.
Enfocarse en el desarrollo personal. El crecimiento personal y profesional debe ser una obsesión en sí, independientemente de las recompensas externas. Hay maneras muy sencillas de conseguirlo, como la búsqueda de formación adicional, la expansión de nuestra red de contactos profesionales o el trabajo en proyectos que nos apasionen.
Encontrar el equilibrio entre la vida y el trabajo. Es crucial mantener un equilibrio saludable entre la vida laboral y personal. Tenemos que dedicar tiempo a actividades que nos hagan disfrutar y desconectar del trabajo, esto nos ayuda a reducir el estrés y mejorar nuestro bienestar general. Estar mucho tiempo de manera continua pensando en lo mismo provoca fatiga mental y bloqueos.
Establecerse metas realistas. Que sean siempre realistas, alcanzables y medibles. Un plan de trabajo específico para conseguirlas debería incluir objetivos a corto, medio y largo plazo.
Buscar apoyo. Generar espacios de convivencia y dinámicas ajenas a la profesión dentro de una empresa ayuda a fortalecer las relaciones entre los trabajadores. De esta manera es más sencillo coger confianza para pedir ayuda y hablar con alguien sobre alguna problemática en cuestión. Contar con diferentes perspectivas nos sirve para encontrar mejores soluciones.
Autoreflexión. Hay que reflexionar sobre nuestros logros, habilidades y valores. Es un análisis que influye directamente en nuestra autoestima y en nuestra confianza, que es muy útil también para detectar qué hacemos bien para potenciarlo y qué podemos mejorar para enfocarnos en conseguir hacerlo a la perfección.
Explorar nuevas oportunidades. Habrá situaciones y situaciones, como en todo. Pero si crees que pones todo de tu parte y sientes que mereces más de lo que recibes, no tienes que seguir sintiendo esa insatisfacción. En este caso podría ser beneficioso explorar nuevas oportunidades dentro o fuera de la empresa. Parece que sigue siendo un tabú en nuestros días, pero debe ser algo que se pueda hablar con nuestro responsable. No pasa absolutamente nada.
Cuidarse a uno mismo. Es esencial el cuidado personal. Esto incluye el comer bien, al mismo tiempo que nos damos caprichos de vez en cuando. O hacer ejercicio regularmente y disfrutar también de maratones de series o sagas de cine tirados en el sofá. Este autocuidado es fundamental para mantener un alto rendimiento y una actitud positiva.
Las situaciones son como las personas, únicas e intransferibles. La clave es tomar las medidas adecuadas para evitar el exceso de desmotivación, permitirnos cometer errores, ilusionarnos con un poquito de cabeza y prescindir de lo que no nos haga bien.
Es imposible conseguir resultados extraordinarios cuando se trabaja sin la motivación suficiente, cuando no tenemos aspiraciones, no tenemos metas realistas que conseguir o no reflexionamos sobre nuestras prácticas profesionales.
¿Sabes por qué te lo digo? Porque es muy triste hacer algo y que sea como la papilla, que alimenta pero no sabe a nada.
😄 Un dato positivo
Después de 8 años en el Conservatorio, dejé de ir. Me había aburrido de tener que compaginar mis horas de estudio, actividades extraescolares y los entrenamientos de baloncesto con más horas de estudio musical. De lenguaje musical y de instrumento.
En el quinto curso empecé a tocar también el piano como instrumento complementario. Sin embargo, no supuso un estímulo tan fuerte como para querer dedicarme a la música, qué se yo.
Hay algo bueno en todo esto. Esta formación durante tantos años me ha permitido convertir la música en una potente herramienta para lidiar con situaciones que me superan, que hacen que me cabree, que me cansan o que me provocan rechazo.
La música es ahora totalmente distinta; de ser una obligación y una carga, ha pasado a ser una fuente de desconexión, de desahogo, de entusiasmo y de felicidad.